Crónica del taller con mujeres de Cuyuja.
Llegamos muy temprano y con una lluvia fina que no paró en todo el día, “Así es siempre en Cuyuja” nos dice una compañera del lugar. Habiendo tanta agua lluvia resulta desconcertante saber que no todos aquí, ni la mitad, cuentan con agua potable y que de esta misma zona se lleva el mayor aporte de agua para consumo de la ciudad de Quito.
Cuyuja se encuentra en Quijos, en la provincia de Napo, en la cuenca del río Victoria y en la estribación de la cordillera, aquí la mayoría se dedican a la agricultura y la ganadería artesanal. Las 23 compañeras que asisten al taller nos cuentan esto, aunque no todas se conocen entre sí parecen estar muy dispuesta a la conversa
Durante el ejercicio que llamamos “como en la vida misma” invitamos a las compañeras a conectar las habilidades que usan al bordar (como paciencia, creatividad o resolver errores) con situaciones de su vida cotidiana. La pregunta era: ¿Cómo lo que aprenden con la aguja les ayuda a tomar decisiones fuera del taller?
En la primera tarjeta, que trata sobre los sentimientos que nos asaltan cuando enfrentamos algo nuevo, las participantes coincidieron en señalar la maternidad. Todas en el grupo somos mamás primerizas, todas hablamos del miedo, la compañera más joven, que estaba con un wawa en brazos, dijo que tuvo mucho miedo al “qué dirán” “embarazada tan joven”. Una de las compañeras se identificó como “ama de casa” y le costaba reconocer ¿cómo su oficio podría enseñarle algo para la vida a otra compañera? . Otra compartió su experiencia intentando iniciar un emprendimiento, que le hacía sentir insegura y con ganas de dejar “botando todo” pero se convence a sí misma de continuar para tratar de conseguir independencia económica. Al final, hablan de la fortaleza, la paciencia y de no aceptar juzgamientos de la gente.
También surgieron experiencias sobre migración interna, el miedo a vivir en un lugar lejos de tu familia, una experiencia que causa mucha incertidumbre y ansiedad, lo que nos puede hacer pensar en lo importante que es la hospitalidad entre nosotras.
La siguiente tarjeta, se refiere al trabajo excesivo, cuando el trabajo agota, aunque ames lo que haces. Las compañeras hablaron de cómo el trabajo para las mujeres no deja un respiro. Coincidieron en algo que tristemente no nos resulta extraño: solo se permiten descansar cuando el cuerpo no aguanta más.
Una de ellas lo explicó así: «Descanso cuando me da migraña y el dolor es insoportable. Eso sí, solo si mis hijos no están en casa… porque si no, ni así puedo parar». Otras añadieron que el único respiro es cuando los niños duermen: «Ahí me tumbo un rato, pero con el oído alerta por si se despiertan».
Nos hace sentido que en este espacio de conversación encontremos la oportunidad de mostrarnos vulnerables, encontrando coincidencias que pueden devenir en demandas colectivas.


Desafíos y reflexiones educativas
Durante una conversación, que tenía como consigna, acordar una frase para una manifestación imaginaria que vamos a organizar, las compañeras acordaron rápidamente el tema de su demanda, con frases como estas:
- Con minifalda bikini o velo sin mi permiso no me tocas ni un pelo
- Mi cuerpo, mi elección, mi revolución
- El machismo no es un problema puertas adentro en la familia, es de todo lado, de toda la comunidad
Sin embargo, en el momento de exponer los resultados de su conversación en la plenaria ante el resto de compañeras, decidieron moderar su discurso, incorporando frases, como “ni machismo, ni feminismo” “sabemos que hay casos de hombre maltratados también” y cosas por el estilo.
Esto nos demostró, como dice la educadora feminista bell-hooks, que la conversación de susurros en un grupo pequeño siempre tiene la capacidad de desplegar de manera más cómoda lo que sienten y piensan las mujeres e incluso llevar a tramar solidaridades que pudieran ser significativas más adelante. No así, cuando se les pide llevar esas mismas ideas y sentimientos a una plenaria pueden sentir que deben ser más cuidadosas para no poner en evidencia ciertas posturas que les pueden significar censuras o reprimendas en sus contextos familiares o sociales.
Esta situación nos llevó a pensar ¿cuándo podemos prescindir de las plenarias? ¿Cómo podemos darle más espacio a la conversación por susurros? ¿Podemos dedicarle más tiempo para asegurar la percepción de que estamos en un lugar seguro para la libre expresión de todas?
